Toda vez que ciertas Tree Chair de Nacho Carbonell ha sido expuesta ha provocado entre el público exactamente las mismas reacciones: una curiosa mezcla de interés y confusión. ¿Se trata de un mueble? ¿De un objeto de arte? ¿Me lo puedo llevar a casa? ¿Se puede tocar?
Esta silla en la que es complicado sentarse y esta pieza de arte que sí, puede tocarse, ejemplariza prácticamente perfectamente la idiosincrasia de la obra de un artista que ya hace tiempo decidió llevar hasta el límite la dicotomía entre lo precioso y lo útil, la observación y la acción, lo público y lo privado.
Mientras que uno se pregunta sobre la utilidad de los diseños de Carbonell y también procura localizar una etiqueta para este mamotreto, no puede refrenar la emergencia de tocarlo, subirse y toquetearlo para llevarse a casa ya no el objeto (es grande, es costoso, no es útil), sino más bien la experiencia de descansar unos momentos sobre esta silla que deseaba ser árbol.
Un asiento concebido por este valenciano natural en su estudio de diseño de mil novecientos ochenta puede tener respaldos infinitos y aguantar vidrieras verdes. Acostumbra a decir que le resultan de interés objetos que parezcan organismos vivos y que en cualquier instante puedan no solo despertar sino más bien hasta sorprenderte con su comportamiento.
“Mis diseños son historias, cuentos que charlan de una situación, de un instante, de una técnica, de un proceso. Debe haber una comunicación real. Mis proyectos son elementos sociables que procuran entablar un diálogo con el usuario”, apunta Carbonell.
En una temporada en la que tanto se habla de la democratización del diseño y en la que hemos logrado al fin que todas y cada una de las casas sean funcionales, Nacho Carbonell prosigue leal a su tendencia onírica y orgánica.
A las series pequeñas de sus objetos, más cercanos a la alfarería que a la producción industrial. Es uno de los diseñadores españoles más internacionales.
Nacho Carbonell en pleno proceso de fabricación en su taller de Eindhoven, donde efectúa personalmente sus productos, todos, piezas únicas.
Su nombre acostumbra a relacionarse con el de otros contemporáneos como los de Álvaro Catalán de Ocón, Inma Bermúdez, Tomás Alonso, Jaime Hayon o bien David López Quincoces.
De capacitación cosmopolita y artesana al unísono, el valenciano es indudablemente el más surrealista.
Muy arraigado en el presente inmediato, le lleva no obstante la contraria a la presunta velocidad y también inmediatez de estos tiempos generando con calma, cuidando y explorando las posibilidades más extremas de los materiales, relacionándose activamente con la naturaleza y pensando mucho hasta conseguir transformar la idea en objeto.
Ciertos trabajos “improvisados” del diseñador.
Instalado desde dos mil siete en Eindhoven (Países Bajos), este singular diseñador se formó en U.S.A. ensayando con porcelana, madera, fotografía y en la Universidad Cardenal Herrera de Valencia, que significó el paso anterior al traslado terminante a Holanda. “Allí pude desarrollar mis conocimientos, hasta ese instante equívocos, sobre lo que era el término del diseño.
Mis compañeros eran chinos, nipones, americanos… Ese híbrido cultural amplió mi diálogo y ha influido mucho en mis obras pues las ha enriquecido en lo que se refiere a las formas de hacer y de tratar la materia, los olores, el tacto, la información, las simbologías…”.
Carbonell toma del arte el término de expresarse por medio de la obra, algo no tan frecuente o bien, desde entonces, más subterráneo en el diseño. “Estamos habituados a poner etiquetas a todo cuanto se hace. Al final, las fronteras existen pues nuestra sociedad las impone.
Conforme avanzo en una obra, me abstraigo de todo cuanto deba ver con arquetipos y me centro en lo que deseo que cada proyecto cuente. No es mi misión acotar si lo mío es diseño o bien es arte. Todo encaja en el planeta de la inventiva y la inventiva supera cualquier guerra de etiquetas”, asegura.
Esbozos de creaciones del diseñador.
Está seguro de que, en una temporada sobresaturada de nuevos modos de comunicarse, insistir en hacerlo a través del arte no es aún una excentricidad. “Todos apelamos a nuestros sentidos primitivos, a lo táctil… No podemos trasmitir un mensaje solo con tecnología.
El diseño y el arte están para ser experimentados. Y transformo los diseños en objetos sociables que pueden provocar sensaciones, estimular la imaginación. De ahí que tiendo a crear valiéndome de elementos fabulosos o bien de ficción”.